martes, 22 de septiembre de 2009

Impresiones 2





Nos vemos obligados a incluir un último post, porque, ya incorporados a la rutina, hemos tenido una de las mayores alegrías del viaje.

Antes de nada, diremos que los causantes de dicha alegría han sido el equipo de la recepción del Hotel SUN ROUTE NEW SAPPORO (Sapporo, http://www.sunroutehotel.jp/newsapporo/ ) y los dependientes de la tienda de recuerdos adyacente.

Os preguntaréis... ¿qué pasó? ¿pues no se había acabado ya este estupendo viaje?

Pues sí, ya había acabado, pero habíamos vuelto de regreso sin la compañía inestimable de nuestra Lonely Planet, ya que el último día, con el desenfreno de las compras de última hora, se había quedado como su nombre indica, "lonely,lonely" en un mostrador de la última tienda que visitamos.

Una guía de viajes es un libro que cuenta muchas cosas, pero cuando la guía te ha acompañado durante todo el viaje, cuando gracias a ella has pateado y conocido un montón de sitios, has localizado rincones especiales e, incluso, te has perdido varias veces, cuando la guía esconde entre sus páginas recuerdos, tarjetas, posavasos, bolsitas de papel para guardar los palillos de un montón de restaurantes, entonces la guía es otra cosa, es algo muy especial que no puede ser sustituido por otra nueva guía. ¿Comprendéis lo que queremos decir?

El susto, pues, tras nuestra última cena homenaje, copiosa y deseada, fue mayúsculo cuando, al levantarnos y recoger las bolsas, nos dimos cuenta de que nos faltaba la susodicha. Vuelta corre-que-te-corre a la tienda en cuestión, pero... ya estaba cerrada (¡ah!, ¡estos horarios japoneses!). Así que nos dirigimos al hotel de al lado, pensando que la tienda podría pertenecer a él, y le contamos al recepcionista nuestra desgracia.

Este hombrecillo tan amable y predispuesto, que nunca olvidaremos, nos dijo que la tienda no pertenecía al hotel pero que, puesto que nosotros volvíamos de regreso al día siguiente con la fresca matinal, que él se encargaría de decirle a la dependienta que buscara la guía y que, si ésta aparecía, que no nos preocupáramos, que nos la enviarían por correo.

Nos quedamos alucinados por la propuesta, planteada de forma tan rápida y segura. Así que le dejamos anotada nuestra dirección y volvimos cabizbajos al hotel, con una tarjeta en la que teníamos anotado el número de teléfono del hotel y de la tienda... nos faltaba algo imporante, nos faltaba la guía del viaje.

La cosa se puso más fea cuando, ya en el aeropuerto de Tokio, gastamos los últimos yenes en llamar por teléfono a la tienda para preguntar si sabían algo de la preciada guía. La respuesta fue negativa. No había aparecido, no estaba en donde habíamos indicado, no había remedio...

Un hilillo de esperanza quedaba en el fondo de nuestras mentes: "Seguiremos buscando y, si aparece, se la enviaremos", había dicho el dependiente a una simpática japonesa que pasaba por allí y actuó de intérprete teléfonico (otra mujer anónima a la que estamos agradecidos).

El final ya os lo imagináis: a los 10 días de nuestra llegada, ¡¡¡Sorpresa!!! El cartero llegó a casa con una buenísima noticia.

Arigato al Hotel y a las personas que trabajan en la recepción. Si volvemos a Sapporo, allí nos alojaremos.
Arigato al personal de la tienda que siguió buscando en sus estantes donde estaría nuestra lonely llamándonos a gritos.

Arigato gozai mashita

jueves, 3 de septiembre de 2009

Impresiones


Peculiaridades que nos han sorprendido

Todos hemos oído hablar de las particularidades del pueblo nipón pero, y aunque sea un tópico decirlo, la realidad supera la ficción.
Nos ha sorprendido gratamente su eficiencia. Un ejemplo, el desafortunado incidente de la maleta al principio del viaje. Nos dijeron que en 24h se encontraría en la dirección que indicáramos y cuando al día siguiente llegamos al ryokan de Kyoto, ahí estaba.
Nos ha parecido también algo digno de aprender el civismo de las personas: en una ciudad como Tokyo, que es la mayor del mundo por densidad de población y que a veces puede ser irritante por tantas personas como hay, la limpieza de sus calles llega a ser deslumbrante, aunque casi no hay papeleras y tampoco ves grandes equipos de limpieza. Tampoco ves gente tirada borracha en los bancos de la calle y nos ha parecido curioso que los campamentos de los sin-techo están organizados, son casi invisibles, en el interior de los parques, pero no por ello son sucios. Es como si hubieran trasladado su casa al parque, dejando sus zapatos en la entrada de las tiendas y sus ropas tendidas a secar ordenadamente en sus cuerdas (vamos, igualito que los borrachos que inundan las calles de nuestras ciudades dejando regueros de vino, meados y desperdicios).
Sus calles, por lo menos las que nosotros hemos pateado, nos parecen seguras. La gente deja sus maletas en los andenes del tren y se marchan a por un refresco, los tenderos abandonan momentáneamente sus tiendas para ir a buscar lo que les haga falta, la gente se encuentra algo y lo llevan a objetos perdidos o lo deja bien puestecito en algún sitio visible por si su dueño quiere volver a buscarlo.

También nos han parecido curiosos y super pulcros sus toilettes, con todas las variedades que llegan a tener: agujeros, tazas normales, calefactadas, con chorrito, automáticos (hasta que se levanta la tapa cuando entras en el baño)… toda una tecnología al servicio del noble arte de cagar.
Otra cosa que nos ha sorprendido es la eficacia de sus transportes de viajeros: desde que te marcan casi con exactitud milimétrica dónde se abrirá la puerta del vagón, la cantidad de gente que sus trenes pueden llevar y la frecuencia de paso.
En cambio, como cuestiones negativas, hemos de decir que no nos ha parecido bien que, en zonas supuestamente turísticas del norte de país el transporte local, sobre todo los autobuses, tenga un horario muy limitado (en algunos sitios a las 17 horas ya no había autobuses) lo cual da muy poco margen de movimiento para conocer los lugares.
Tampoco nos ha gustado que la mayor parte de las oficinas de turismo cierren como muy tarde a las 17:30h. ni, en algunos casos, la sequedad de su personal.
Por último, agradecer a las “vending machines” toda su colaboración y apoyo en nuestras rutas y caminatas por tierras niponas, porque han estado siempre allí, dispuestas a calmar nuestra sed siempre que lo hemos necesitado. Nuestro más sincero agradecimiento, queridas “vending machines”.

Arigato gozaimas a todos los que nos habéis leído y aguantado y a todos los que desde la otra parte del globo nos habéis animado a seguir escribiendo este humilde blog.

Sayonara, amigos.

martes, 1 de septiembre de 2009

Vuelta a casa


Good bye Japan

Ahora sí es nuestro último día, nuestras últimas horas en esta tierra de tradiciones, otakus, freeaks, tecnología, fuego y agua, la tierra del dragón.
Son la 5am, suena el despertador, las maletas preparadas el día anterior, una ducha rápida y en marcha hacia la estación del tren que nos llevará al aeropuerto. Vemos por última vez cómo despierta en su día a día este pueblo.
Llegamos al New Chitose Airport de Sapporo y en menos de cuatro minutos nos plantamos frente del mostrador nº 24 de la JAL (menos mal que el día anterior habíamos estudiado la ruta de salida), revisión de maletas y recogida de billetes, de los tres billetes. Le comentamos a la agradable señorita que si por favor nos podría dar la primera fila de la clase que nos toca, "la económica", cuando ella nos dice con una sonrisa esas palabras que nadie quiere escuchar: "overbooking". Nuestros rostros sufren una transformación hacia el blanco pálido extremo, cuando acto seguido nos dice, “tranquilos, os he puesto en una clase superior”, la sangre vuelve a fluir y nuestras mejillas retornan a su color habitual.
Paso del control del primer vuelo sin problemas. Como es un vuelo doméstico a Tokio nos damos cuenta de que permiten pasar bebidas a la zona de embarque, pero primero las botellas son introducidas por el personal de seguridad en una máquina que suponemos analiza su contenido averiguando lo que es (podrían aprender los demás).
Llegamos al aeropuerto de Narita, en Tokio, y hacemos la siguiente cola de control para acceder a la zona internacional. Cuando pasamos nuestro equipaje de mano por el escáner nos lo paran y después de varios pases, de abrir el equipaje y demás, localizamos una pequeña espada samurai que se nos ha colado con el resto de compras y regalos: caras de póquer y tierra trágame. Amablemente nos la requisan y seguimos nuestro camino; eso sí, después de que el policía de turno mire y remire, consulte y compruebe el pasaporte de Juanjo (será que soy el malhechor más buscado al oeste igualadino…).
Las 12h30min de vuelo que nos esperan se hacen muy llevaderas gracias a que en esta clase superior se va como en la gloria, pudiendo estirar las piernas, a un mejor menú (por fin un vinito) y a todas las tecnologías complementarias y amenizadoras (juegos, vídeo y música a la carta).
Llegamos a Amsterdan a la hora prevista y en un par de horas cambio de avión… y tanto que cambio: pasamos de ir en un ferrari a ir en un seiscientos… ¡qué le haremos!
Llegamos a las 22:00 hora local, recogemos las maletas (sin problemas esta vez), metro y para casa.
Se acabó.

domingo, 30 de agosto de 2009

sapporo




Sapporo, nuestro último día.

Esta es una ciudad grande, llena de vida... Parecía que echábamos en falta el bullicio, la gente, el tráfico, los semáforos y sus soniditos, los neones, las bicicletas que hay que sortear... Visitamos el museo de la cerveza como primera y más importante visita del lugar. La cerveza Sapporo es la primera del país y la degustamos en sus diferentes variedades. Está muy buena, la visita merece la pena.


Comemos el que se denomina el mejor ramen del país en una callecita pequeña llena de pequeños lugares que sólo se dedican al ramen.

Por la tarde, visitamos un mercado de pescado, paseamos por la ciudad, compras de última hora, más paseos y por la noche nos dirigimos al barrio donde se agrupan más de 6000 bares y restaurantes. Cenamos opíparamente (que para eso es la última cena en Japón) y a dormir. Mañana, vuelta a las 8 am.

Lago Toya

Estamos en la zona volcánica por excelencia de la isla, es el lago Toya, dentro del Parque Nacional Shikotsu-Toya.

Como últimamente estamos haciendo, y ya que las oficinas de turismo suelen estar al lado de las estaciones de tren o bus a las que se llega, vamos a la de aquí, Toya Onsen para pedir información sobre la zona y sobre los alojamientos. A la que hoy nos atiende parece que le falta un herbor y hay que sacarle la informacion con sacacorchos (será el aire del lugar).

Ya tenemos alojamiento (el más baratito de los que había por la zona, en la que los precios se disparan) y caminamos bajo la lluvia hasta el hotel. Nos recibe la que suponemos es la dueña del establecimiento. Este hotel, al igual que otros de los que vemos y las calles que los rodean, parecen haber tenido momentos mejores. Es como si Toya Onsen hubiera disfrutado de una época de esplendor en otros tiempos. Pero ahora la mayor parte de los edificios, lugares públicos, instalaciones de alumbrado, parques, etc. están como abandonados, algo cochambrosos, vetustos. Nuestro hotel es un edificio de 8 plantas de los años 70 con poca luz y con olor a viejo. Como siempre, el chek-in no se puede hacer asta las 3 de la tarde (mira que son raros), le dejamos las maletas para que las guarde y salimos de expedición volcánica bajo la llovizna y el cielo gris.

Nuestra primera parada es un antiguo pueblo ya desaparecido por la erupción del año 2000. Se pueden ver varias de las fumarolas y los restos de lo que fue el pueblo, de sus calles y carreteras, de sus casas, sus coches, tal como quedaron después de la erupción: aquí huele aún más a abandono, pero con motivo. ¡¡¡Menudo susto!!!


Comemos en el pueblo, en un sitio tranquilo con ambiente inglés: pasta al estilo local.


Nos vamos a la falda del volcán para coger un funicular que nos llevará a la cima. Desde la falda las vistas son estremecedoras, lo malo es que se acercan nubes bajas, subimos a la zona de obsevación y, como tememos, la niebla se hace dueña del lugar. Será que, al igual que Mr. Fuji, también aquí los volcanes son tímidos.


Nos vamos de compras por el pueblo, jajajaja, sólo hay una tienda, qué rápido terminamos. Como el día está muy desapacible volvemos al hotel, que ya se puede hacer el check-in.

La habitación nos sorprende: el octavo piso de este hotel, asentado en cuesta, ofrece unas magníficas vistas del lago Toya y, además, dispone de unos detalles japanish style que no habíamos disfrutado antes. Enfin, es muy acogedora.

Una de onsen, que ya nos hemos acostumbrado y aquí son con agua del natural, salida directamente de debajo de las piedras a una temperatura de 42 graditos, y volvemos a la habitación para disfrutar desde ella del espectáculo de fuegos artificiales.

Después, una cenita en lo que parece la casa de una familia. Como no tenemos ganas de sorpresas, pedimos una ensalada, un "scallop" ¿escalope? y cerdo y, tras la ensalada de un tamaño considerablemente superior a lo acostumbrado, llega el escalope... unos berberechos como no habéis visto nunca, enormes, gordotes, cocidos al vapor en licor de sake. Están a medio camino entre los berberechos gigantes y las vieiras (una concha plana y la otra no). Gracias a nuestro pésimo inglés, hemos acertado 100%, rico, rico, rico.

Al salir nos preguntan de dónde somos y, al decirles de España, la mujer que regenta el lugar se pone muy contenta, la hija nos dice que somos los primeros españoles que pasan por allí mientras que la madre se mete en la trastienda y al rato sale con un obsequio que nos entrega como algo muy especial. Es una toalla de las que aquí se utilizan para secar el sudor y lo recibimos como lo que es: un regalo muy especial.

Hakodate


Un día en Hakodate.

¿Quién preguntó de que se componía un desayuno japonés? Pues los desayunos de esta cadena de hoteles (la Toyoto-Inn) sólo son estilo japonés. Consiste en sopa de miso, diferentes arroces prensados y envueltos en algas, una pequeña ensalada compuesta de verduras aliñadas con diferentes especias algunas de ellas picantes y, dependiendo de la zona, pesacado seco o algo de carne, té frío, algo que parece zumo y café americano. ¿Qué os parece para empezar el día?

La primera misión al salir de hotel: ir a la oficina de turismo para informarnos los lugares destacados para visitar la ciudad y cómo acceder a ellos. De camino topamos con el mercado, especializado en pescado y marisco. En él los comerciantes enseñan la frescura de su productos, tan frescos que están vivos: centollos, nécoras o cangrejos gigantes, como se quieran llamar, apiñados en grandes peceras, los calamares nadando despreopucados sin saber que alguién se los zampará, grandes vieiras o algo similar, erizos de mar, patas de los direntes bichos, enormes patas... Como aquí la costumbre es comer el pescadito tal y como se pesca, los comerciantes dan pequeñas degustaciones para que compruebes la calidad de su producto. En fin, todo un espectáculo.

Ya en la oficina de turismo, la chica que nos atiende es más parada que el portero de un futbolín, más seca que el desierto del Sáhara, buff, parecía que le debíamos algo y no se lo estábamos pagando. Al fin tenemos nuestra información y empezamos la ruta, aunque, la verdad, tras la impresión de la noche anterior y con el poco espíritu viajero que la seta de la oficina de turismo nos ha transmitido, no estamos muy ilusionados.

La ciudad tiene la forma de un reloj de arena, con una península en un extremo. El sistema de transporte aquí son los tranvías y los autobuses y, como esta península es una montaña, la ciudad le da un aire a San Francisco, por lo de las cuestas y sus tranvías.


Visitamos la antigua zona de almacenes estilo inglés, hoy en día reconvertidos en comercios y restaurantes cucos, nos llama la atención junto una pequeña tienda-factoría de productos de mar, probamos los calamares secos y otras ricas viandas con cuya degustación todo el mundo parece disfrutar y, de paso, cogemos algo de fuerza para afrontar las interminables cuestas donde la colonia extranjera se instaló.


Esta colonia estaba compuesta básicamente de ingleses, americanos, rusos, holandeses y algun francés; de ahí que existan iglesias para las religiones de cada una de las naciones. La más impactante es la rusa ortodoxa; nos es muy grande, pero para poder entrar debes descalzarte como si estubieras en un templo budista o sintoísta, dentro se escucha música sacra y está todo lleno de iconos. Encontramos a una pareja de japoneses que parece aprovechar el momento para trasladarse al más allá de sus propios espíritus.

Seguimos paseando por este barrio extranjero, de repente, la música de un piano y el cántico de unos niños de parbulario saliendo de un gran edificio victoriano de madera nos evocan tiempos pasados. Llegamos al cementerio para extranjeros, al final de una larga cuesta. El paisaje es precioso, en una colina mirando al mar se juntan lápidas de personas influyentes con otras de marineros casi sin nombre, tumbas cristianas, budistas, ortodoxas...

Colina abajo el tranvía nos espera. Es hora de comer y nuestra intención es hacerlo en la zona de los almacenes de estilo inglés. Son las 3 de la tarde cuando llegamos y los restaurantes están cerrados. La cata de cervecita que veníamos pensando hacer en un garito por el que habíamos pasado por la mañana, se viene abajo, así como otro montón de opciones más: todos cerrados.

Otra vez cuesta arriba se encuentra el teleferico que lleva al mirador de la ciudad: bonitas vistas de la ciudad.


Bajamos camino al hotel y paseando damos con una bodeguita de sake para ver a cómo está el tema y el dueño nos vuelve a preguntar si somos rusos... Vamos, será por la pinta a rusos que hacemos, jajajaja.

Al decirle que somos españoles, nos enseña una botella de sherry (¿será por lo de Osborne?) y al ir a mirarla descubrimos que vende Sangre de Toro de Torres por unos 12,13 euros. Después de varios intentos de comnicación con este buen hombre, que nos va indicando los nombres de las diferentes zonas de las que provinen los mil y un tipos de sake, y aburridos de parecer marcianos marchamos por esta desangelada ciudad con la intención de tomar un cafelito para calentar nuestro cuerpecito (que la tarde está un poco de perros).

Seguro que somos marcianos (¿alguién ha leído "Sin noticias de Gurb" de Eduardo Mendoza? pues aquí estamos los dos como Gurb por Japón). Junto a unos grandes almacenes, enfrente de la estación de la Japan Rail, hay una cafetería, entramos y, después de que la camarera nos ofrezca una bonita sonrisa, le decimos "¡expreso! ": La camarera se nos queda con cara de haberle pedido la luna y nos dice que no nos entiende, que elijamos algo de una carta totalmente en japonés. Seguro que somos marcianos. Nos quedamos sin café.

Dejamos las trastos en el hotel y salimos a cenar a un sitio que al que habíamos echado el ojo la noche anterior (pero que, como ya se ha comentado, siguiendo la tónica de la ciudad a esas horas, estaba chapado), lleno de peceras con ricas viandas del mar. Pedimos un surtido de sashimi por unos 10 euros, unos calamares a trocitos en salsa de algo, una tempura del mar... nos ponemos como el kiko.

sábado, 29 de agosto de 2009

ferry, tren, tren, tren con tunel.


Poco que decir de este día cansado. Después de la experiencia agridulce de la isla de Sado, ponemos rumbo a lo que serán nuestros últimos días en la isla de Hokkaido, la segunda isla en extensión de Japón, pero bastante deshabitada con respecto a su hermana mayor Honsu.


La ciudad elegida para comenzar es Hakodate. Es una de las tres ciudades que fueron seleccionadas para ser abiertas a los extranjeros en el año 1854 y allí se instaló una pequeña comunidad de ellos, por lo que se construyeron edificios civiles siguiendo los patrones del estilo occidental de la época y templos de diversas religiones.

El problema es que para llegar a Hakodate invertiremos todo el día: primero un ferry y esta vez nada de lujos, un barco normal y en segunda, como el Leonardo di Caprio en Titanic, tirados en un suelo disponible para los viajeros de esta categoría. La travesía dura dos horas hasta el puerto de Niigata. En la estación de tren, todo controlado: un Shinkasen hasta una ciudad cercana a Tokio (es decir, vuelta al sur de Honsu) para después hacer un cambio a otro Shinkasen y, rumbo al norte por la parte oriental de la isla, llegada Hachinohe. Son como unas 7h40m. Aquí, cambio al tren que nos llevará por el túnel submarino hasta nuestro destino. Este es un túnel que discurre durante 23,30km a una profundidad máxima de 140m por debajo del agua y además 100m por debajo de la tierra. Lo cierto es que ni te enteras de que vas a esas profundidades.


Total, salimos de Sado a las 9am de la mañana y llegamos a Hakodate a las 9.54pm. El hotel es un estándar de la cadena Toyoko. Al registrarnos nos agasajan con diferentes regalos, pero lo que nunca me habían dado son unos calcetines: unos negros de chico y otros pequeños de chica.

Ducha y a buscar algo para cenar y a estirar algo las piernas. Nuestra primera impresión de esta ciudad es que está desangelada, ni un alma en las calles, que son excesivamente anchas y poco iluminadas para lo acostumbrado: ¿será que son las 24 h. o que así son las cosas por aquí?

Después de varios intentos frustados de encontrar algún sitio para cenar, localizamos uno que parece tener una decoración como si estuvieras en un establo y su carta totalmente en japonés. Definitivamente, esta isla sí es diferente.

sado island


Sado Island, será nuestro destino de hoy.

Tras un simple café con leche nos dirigimos al puerto para contratar los servicios del "jet-stender", digo del "jet-ferry", en dirección de la isla (70 leuros por cabeza). Nos aposentamos tan ricamente en nuestras butacas, el recorrido durará poco más de una hora: un vuelo rápido a un metro y medio sobre el mar y una velocidad de 80-90 km/h.

Llegamos al puerto de Sado y localizamos la oficina de turismo. En unos minutos disponemos de alojamiento y al poco de un coche de alquiler gracias al buen saber hacer de las profesionales de la oficina.

Dejamos las maletas en el hotel y a explorar la isla con nuestro cochecito: un Toyota mediano, con cambio automático de los de hace un siglo, vamos, que creo que no se fían de los gaijin (extranjero en japanish).

Recorremos la isla, de una belleza increíble, con unos paisajes verdes casi selváticos. Visitamos lo que fue la villa del señor del oro de la isla (el dueño de las minas de oro y plata que soportaron durante varios siglos y hasta la segunda guerra mundial los gastos del imperio); visitamos también un pueblecito cuyas casas están hechas de la madera de los barcos naufragados y una zona de rocas escarpadas en la costa. Intentamos comer en una zona que, según la guía debería estar infectada de turistas locales, pero lo cierto es que ni turistas ni restaurantes y la gente que encontramos, muy amable pero ni idea de inglés y, por supuesto, menos de castellano.


Localizamos un sitio de ramen. Menos mal, de tipo self service; pero, al llegar al mostrador donde está el ramen, una alegre y dicharachera camarera nos indica en unas fotos lo que debemos seleccionar y aquí se lía todo. Después de varios intentos de comunicación insatisfactoria con nuestra interlocutora y sintiéndonos otra vez marcianos en un planeta extraño, dejamos que ella decida la parte final de nuestro menú.


Volvemos al puerto principal para devolver el coche. Son las 6pm y se acaba nuestro alquiler de 9 horas a precio de fin de semana. Ahora nos espera un alegre paseo hasta nuestro hotelito de costa. A mitad de recorrido tomamos un café en un local que parece entre el comedor de una casa y un antiguo pub español de los años 60. Aquí es más económico tomarse una birra que un cafe... y además esta más rica.

El hotel jajajaja es de tipo japonés y seguramente conoció tiempos mejores:-( Hoy es un establecimiento familiar con la recepción llena de trastos y la oficina parece un caos. La habitación de tatamis es espaciosa y no tiene ducha. La opción para quitarnos el olor a chutún es utilizar el onsen. En este lugar se trata de un hot spring natural rico en hierro y, al igual que todo el hotel, algo abandonado, pero limpio. Como no queda otra, hay que utilizarlo, los chicos por un lado y las chicas por otro, como siempre, claro.

Durante el rato de baño Juanjo entabla conversación con algún lugareño que, cómo no, se piensan que somos rusos. ¿Será por las proximidades a este país? Como es habitual les parece curioso el nombre de Juanjo y los conocimientos a nuestro país no son sobre el fútbol, sino sobre los toros y las olimpiadas de Barcelona 92.

Por su parte, Ana también entabla relación en el baño de las chicas: aquí coincide con la recepcionista del hotelito y una madre con su hijo (podría ser la mujer del que aparentemente regenta el lugar). El niño, aparentemente extrañado por la presencia de un ser ¿diferente?, ¿un marciano? no quiere entrar en el onsen ni patrás. A pesar de las insistencias de la madre y la recepcionista, a pesar de que Ana se muestra la mar de sociable preguntándole su nombre y los años... Al final parece que Ana no es tan bicho raro y los cuatro comparten el baño. Pero ya es demasiado tarde, Ana se está derritiendo dentro de los más de 40 grados del agua y... hasta la vista, turista. Se quedan los tres jugando distendidamente en el agua: ellos están más que acostumbrados a estas temperaturas.

Limpitos y con el monaguillo vacío, preguntamos a la recpcionista (que parecía haber encogido tras el baño, jajaja) algún lugar para cenar. Pero, ¡¡oohhh!!, nos comunica que para cenar la única opción que tenemos es un súper, que no cierra en toda la noche y está a unos 15 minutos caminado por una carretera oscura... Menos mal que en la "loly" (Lonely Planet) decía que en verano Sado es una isla super turística, y qe la zona donde nos alojamos esta llena de loclales... ¡Serán rejodíos estos de la "loly", si no hay ni un alma!! Esto parece un pueblo fantasma. Compramos unas birras locales, patatas con sabor a algas, unos sanwichs y cenita casera en sobre el tatami de la habitación.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Last tokio













En día 23 del octavo mes del año de gracia 2009 no nos queda más que despedirnos de esta ultra poblada ciudad, la cual en ocasiones puede resultar una locura a todos los niveles conocidos. Pero antes decidimos quemar nuestras últimas naves y fotografiarla desde el mirador de la Torre de la Jefatura del Distrito de Bunkyo, desde el cual se tiene una de las mejores vistas de Tokyo, y aprovechar a dar la última oportunidad al señor Fuji para que aparezca ante nuestros ojos. Pero, como ya sabemos, es un tímido no se deja ver.

Desde aquí, a la zona de Jinbocho, donde en algunas manzanas se concentran un montón de librerías de viejo. Para aquellos que os guste el papel con sabor a antiguo, este es el sitio ideal. Algunas de ellas mezclan los libros con grabados. Como urraquillas que somos y ante el color de lo que nos presentan, sucumbimos a la tentación y hacemos sonar nuestras visas.

Retornamos al hotel, donde habíamos dejado nuestras maletas en consigna, y con el tiempo milimetrado marchamos dirección a la estación central de Tokyo sorteando a ese enjambre humano que vive en cada parada metro.

Misión lograda, estamos en la estacion de Tokyo con 40 minutos de antelación (todo un récord, Tokyo está controlado). Nos ponemos en la cola para tener buenos asientos en la zona de vagones sin reserva cuando Ana dice "¡¡las compras!!": se habían quedado olvidadas en el hall del hotel. Ni cortos ni perezosos llamamos al hotel y, después de varios intentos por hacernos entender, decidimos que, mientras Juanjo se quedaba en la estación, Ana marcharía rauda y veloz hacia el hotel. Así fue y, al cabo de una hora y media de espera aprox., retorna Ana con las bolsas de las compras, que estaban en el mismo sitio donde un par de horas antes habían sido depositadas: ¡¡uff, qué mal trago felizmente superado!!

Así que cogemos el siguiente tren contenos y felices de que los japoneses tengan esa conciencia cívica que en otros países occidentales nos hace tanta falta.

Llegamos a Niigata un par de horas tarde del nuestro horario, lo que nos obliga a pernoctar en esta ciudad. Localizamos un bussines hotel cerca de la estación. Son hoteles estilo occidental, con habitaciones discretas, limpias y con las comodidades acostumbradas por todos nosotros, aunque echamos de menos un buen osen (a esto te habitúas rápido).

Niigata es una ciudad relativamente nueva, con un puerto importante. Después de una relajante ducha nos aventuramos por sus calles, fuera de la zona de la estación del JR la vida es casi inexistente, cosa que nos choca viniendo de la superpoblada Tokyo. Retornamos a la zona de la estación, donde hay una cantidad de bares y restaurantes con alegre jolgorio de locales atizandole al sake. Cenamos unas ricas viandas (ensalada de verde con sashimi, patitas crudas de calamar aderezadas con salsa de jenjibre, atún a la plancha con salsa teriyake y una especie de empanadillas fritas rellenas de carne con verduras que se han de remojar en una salsa de vinagre de arroz y aceite algo picante de un fruto seco. Nos pusimos como el kiko.

martes, 25 de agosto de 2009

Mr fuji ese gran desconocido

¡Qué buenos son los padres salesianos, qué buenos son que nos llevan de excursión!


Nos vamos de excursión para ver el Mr Fuji. Hay dos zonas de avistamiento del Mr Fuji: la zona de los cinco lagos y la zona de los valles de Hakone .Nos decidimos por ésta última que, como otro aliciente añadido, es una zona volcánica con un poco de actividad y, por lo tanto, tiene varios osen.


Para ir desde Tokyo, el tren bala de la JR y después una red transporte local que no cubre el Japan Rail Pass. Para esto último nos aconseja una agradable azafata que, si queremos recorrer la zona sin problema y ahorrándonos un dinerito, existe un pase para utilizar durante dos días todos los transportes locales: bus, tren, cremallera, teleférico y los barcos piratas que recorren el lago por el módico precio de 3900 yenes. Hacemos rápidas cuentas y lo pillamos.

En Hakodate Yumoto, gracias a la oficina de turismo, localizamos un hotelito japan style que esta la mar de bien, en el que destaca el onsen abierto mirando a las montañas.

Nuestro planteamiento inicial de visita de la zona y deleite de la panorámica del Fuji se nos viene abajo, primero por que los transportes acaban sobre las 17 horas, lo que nos limita el movimiento, segundo porque el Mr. Fuji es tímido y no se deja ver: una espesa niebla baja cubriendo parte del valle donde estamos. Así que, después de un primer intento, decidimos volver a Hakone Yumoto, al hotel, para aprovechar de las ventajas del onsen. Después, una rica cenita a base de buen shusi. Mañana lo intentaremos de nuevo.


Pero el siguiente día es una repetición climatológica del anterior. Anyway, decidimos intentar la segunda acometida y hoy sí que tenemos tiempo suficiente para visitar el resto de lugares de interés de la zona, utilizando el tren de cremallera, el teleférico, el barco pirata, paseando por la zona volcánica (donde comemos el primer huevo negro de nuestra vida, cocido en las aguas sulfurosas e hirvientes de una ladera apestosa y rebosante de turis...), disfrutando del paisaje e intentando adivinar al mister... Otra vez será, Insh'alah... Buda proveerá.


A primera hora de la tarde volvemos a Tokyo, donde aún nos queda una noche. Pasamos por el hotel hacer de nuevo el check-in y hoy nos aventuramos por una zona que aún no habíamos visitado (tantas cosas nos quedarán por ver de esta mega-urbe...). Se trata del barrio de Akihabara, donde volvemos a la realidad tokyota: comercios, comercios y más comercios. Esta vez toca a la electrónica en general (los videojuegos, los ordenatas, los móviles de última generación, etc. etc.) aderezada, cómo no, con varias tiendas de cómics y todos los complementos necesarios para convertirse en un verdadero fan del manga y del anime y, si quieres ir más allá, en un completo "otaku", poniéndote toda la parafernalia asociada a este mundo.


Vuelta al barrio del hotel para cenar. Aunqe hubiéramos repetido en el de Okinawa, decidimos buscar nuevos sabores y dar una oportunidad a algún otro garito recorriendo la pintoresca calle central del barrio. Optamos por uno en el que se ve a gente local joven comiendo y charlando. Tan auténtico es el sitio que la carta sólo está en japonés y, además, no tiene fotos ni dibujitos ni escaparate con los platos preparados-de plástico (como nos había ocurrido en ocasiones anteriores). Así que el que pensamos que es el chef nos viene a decir lo siguiente (a estas alturas del viaje ententemos más de lo que creemos, jejeje): "no tenemos carta en inglés, pero no os preocupéis, yo os aconsejo y veréis que rico está todo lo que os pongo". Así que, claro está, nos dejamos aconsejar y, tras señalarnos con el dedo los precios de lo que nos iba diciendo, adelante a una cenita coreana, que de allí nos dijo el chef que era... o eso le entendimos. HUMMM, nuevo acierto. ¡¡Cómo picaba aquello y qué rico que estaba!!

Kamakura el gran buda

Son las 4 am y suena el despertador... ¡¡pero si parece que vayamos al curro!! El motivo de tal hazaña no es otro de intentar estar a una hora temprana en la lonja de pescado más grande del mundo, el mercado de Tsukiji, y ver cómo se reparten el bacalao, digo el atún y otras múltiples y variadas viandas del mar.













Para nuestros ojos todo parece un auténtico caos, con pequeños y extraños transportadores moviendo el pescado, el marisco y los gigantescos atunes de un lado a otro.

En otro sitios ves cómo los despiezan y se los reparten. Es inmenso.

Aquí se prepara el que dicen es el mejor y más fresco shusi del mundo; pero no es hora para su degustación, por lo menos no para nosotros.

Finalizamos la visita a este mercado y nos dirigimos a la segunda estrella del día: el majestuoso buda de Kamakura. Como es temprano y los turis locales siguen durmiendo esperamos encontrarlo casi sin gente. Y acertamos. Por aquí se dice: "a quien madruga, buda le ayuda". Está casi desierto, esperándonos sólo para nostros. Es un gran buda hecho en bronce en la ladera de una montaña en un pueblecito costero, es enorme y, según la guía explica, se encontraba dentro de un edificio, pero una gran ola de un tsunami se lo llevó dejando en pie únicamente al gran buda, el segundo más grande desués del de Nara (que ya conocemos, of course).

Otra visita que nos sorprendió muy gratamente fue la de la estatua de la Kannon de once cabezas: una enorme representación budista de una figura que se diría femenina (asimilada a la virgen de la religión católica): la escultura de madera más grande de Japón (9,18 metros de altura), según dice la guía. Pues aquí llegamos solos, solos, solos... qué paz y en esto que comienza a escucharse la oración cantanda de dos monjes que están sentados a los pies de la Kannon: una experiencia cuasi-mística.

Kamakura está llena de templos y durante algún tiempo pugnó por la capitalidad con Kyoto. Fue una villa de samurais y así lo reflejan sus templos, mucho más austeros y minimalistas que los que conocemos de Kyoto o Nara.


Como conclusión y, claro está, según nuestra experiencia, si hay que elegir entre Nikko y Kamakura, nos quedamos con Kamakura.

De vuelta a Tokyo, paso por el hotel para darnos una duchita y nos dirigimos a Harajuku, un barrio lleno de tiendecitas para gente joven, con un parque lleno de góticos y lolitas. No sabemos si es por el día o por la hora, pero no vemos a muchos/as por la zona. Lo que sí vemos es a mucha niña y niño de shopping total. Resulta divertido.


Retornamos a nuestro barrio (Hatagaya), a un garito al que le hemos echado el ojo para cenar y resulta ser que su cocina está especializada en platos de Okinawa (ya sabéis: "dar cera pulir cera dani san"): un refrescante cambio para nuestro paladar y, además, bien de precio (Jose, nos pasamos de la media).

domingo, 23 de agosto de 2009

Nikko y Tokyo


Cómo no, otra vez desde el tren redactamos estas líneas. A ver si nos ponemos al día de nuestro viaje.
Es miércoles y, como siempre que hacemos una excursión fuera de Tokyo, toca levantarse temprano: vamos a pasar parte del día a Nikko.
La noche anterior, antes de caer rendidos de sueño hacemos planes para ver cómo ir a Nikko con la biblia de la Japan Rail. Os preguntaréis qué es, pues es una página en internet que te permite planear tus destinos con pelos y señales: http://www.hyperdia.com/
Pero, cuidado, por que tiene trampa y os puede pasar como a nosotros y si no especificáis bien. La página os puede indicar un limited expres que no es sino un tren que utiliza las estaciones de la compañía pública Japan Rail (para la que disponemos del Japan Rail Pass previamente adquirido en España), pero que es privado y cuando el tren ha comenzado el viaje un atento revisor se acerca pidiéndote el billete, tú le enseñas tu salvo conducto (el japan rail pass) y te dice no vale: a pagar cuando llegues a la estación de destiono, que para ello hay 3 ó 4 esperándote.
Una vez llegados a Nikko, autobús hacia la zona de visita, un bonito puente sobre un río, el área de templos y el mausoleo del más famoso shogun, para acceder al cual hay que superar una escalinata de más de 200 escalones y al gato durmiente que cuida de él. Las otras tres estrellas de la zona son el dragón que ruge (ni fu ni fa), el caballo sagrado que, como es sagrado, está a su aire y lo que más merece la pena: los relieves en madera de tres monos en postura muy similar a los de Gibraltar, ni oyen ni ven ni hablan.


Retornamos a Tokyo para visitar los barrios de Tokyo centro, con sus edificios gurnamentales y el gran parque que anuncia el palacio imperial, del cual se puede vislumbrar un poquito, si no te pasas y la policía te echa a patadas.
Muy cerca de aquí está el exclusivo barrio de Ginza, lleno de las más variadas y refinadas tiendas. Una de las cosas que nos llama la atención es que el ruido de los coches al rodar es inexistente, simplemente, no hay. Por otro lado, si en sus grandes avenidas está toda la clase y elegancia, las pequeñas calles y callejones están repletos de pequeñas tabernas y bares con sus camareros invitándote a entrar.


Nos retiramos a Shinjuku a cenar, despues de una búsqueda infructuosa de un garito con muy buena pinta señalado en la "loly". Encontramos debajo de donde comimos el día anterior una barra de comida japonesa y, mientras que el piso superior está lleno de occidentales, aquí abajo nosotros dos somos los únicos "diferentes". Pedimos un "menú de hombre" para compartir y algún plato más. Todo está realmente delicioso y estamos muy agusto rodeados de gente que charla amigablemente en un ambiente muy distendido y coloquial.

viernes, 21 de agosto de 2009

Tokio o dios cuanta gente



Dia 1 en Tokyo.

Nos levantamos inquietos, con ganas de tomar el pulso a esta enorme ciudad. Tenemos el hotel en un barrio a dos paradas de metro de Shinjuku. El plan para hoy es visitar tres de los barrios más conocidos. Ikebukuro es el primero.

Este barrio tuvo el honor de tener el primer almacen más grande del mundo, donde visitamos el edificio Toyota, en el que se pueden ver todos los modelos de la marca. Aquí misis Ana tuvo la experiencia de conducir un Toyota de última generación y probar todos los sistemas de seguridad, pero desde un simulador de última generación, menos mal.........


Después, visita a Shinjuku, en el que lo primero que te impacta es la cantidad de rascacielos que hay (¡si parece NY!) y la gente que va de uniforme, sobre todo ellos: patalón oscuro, camisa clara, maletín rectangular oscuro... y, en la otra cara, al otro lado de la vía, se encuentra, entre restaurantes y los cines, el barrio rojo de Tokyo, lleno de eso........en su forma mas explícita.

Finalizamos en Shibuya, donde se encuentra uno de los cruces más fotografiados de Tokyio y lo más característico del barrio: la colina de los love hotels, donde cada hotel tiene una teática diferente con todo tipo de accesorios para hacer una noche, una siesta o un ratito inolvidables.

y fin por hoy

De Nara a Tokyo


Konichiwa,

Llevamos un poco atrasado nuestro diario de viaje. Lo cierto es que, con este ritmo que llevamos, de poco dormir y no parar, se hace dura la empresa de reflejar el día a día aquí, aunque sea con cuatro letras.
Bueno, sacaremos fuerza de flaqueza y, en vez de dormir, escribiremos cuatro líneas mientras viajamos en tren bala de vuelta a Tokyo tras la excursión de hoy.

Lunes 17: nos levantamos después de un plácido y acogedor descanso y, una vez finalizadas las tareas matinales, empezamos la exploración de esta pequeña ciudad, es decir, más bien del parque que se sitúa al norte de la ciudad, que contiene la mayor parte de los monumentos que vamos a visitar, entre los que destaca el gran buda y sus colosales guardianes.

A diferencia de otros sitios que hemos visitado, sólo se ha de pagar en dos de los templos que visitaremos, en el Daibutsu-den, que es el edificio de madera más grande del mundo y que guarda en su interior uno de los budas de bronce más grandes del mundo (aquí todo es grande, jajajaja) y en otro templo que no es tan grande, pero dentro del que se guardan casi todos los farolillos del mundo y parte del extranjero, o al menos eso nos parece a nosotros: todos los caminos, todos los templetes y edificios de este complejo religioso están rodeados de farolillos de todo tipo: de madera, de metal, de piedra... Nos imaginamos cómo será el día de la fiesta grande en esta ciudad. Seguro que si los extraterrestres miran a la tierra ese día, confundirán a Nara con una estación de aterrizaje-despegue de sus naves... ¡Qué fricada se nos acaba de ocurrir! (y es que Tokyio está haciendo de las suyas en nuestras mentes, jejeje).

Pero no avancemos acontecimientos, que seguimos en Nara. En fin, Nara nos ha parecido una ciudad digna de visitar, por el día y por la noche, tanto por nuestra experiencia en el hotelazo, como por la comida(nuestro primer shusi del pais), buena, bonita y barata, como por los monumentos que se conservan en ella.

Finalizamos Nara y como alma que lleva el diablo nos dirigimos a Tokyo, la capital , la ciudad, la urbe, la mega urbe.

El tren finaliza su trayecto en la estación central de la ciudad, bajamos de él y somos como dos aliens abandonados a su suerte en medio de una marea humana y sin saber dónde ir.

Una vez repuestos del primer impacto, localizamos cómo ir al hotel. La verdad es que, tras o detrás o después de toda la información en japonés, aparece la información en inglés y entonces las cosas se vuelven un poco más sencillas.

Tras la primera impresión de esa super ciudad, cenamos algo cerquita del hotel y nos vamos a dormir, que aunque no es muy tarde, esta parte de la ciudad está bastante más tranquila que la estación central. Mañana promete ser muy intenso.

lunes, 17 de agosto de 2009

dias de nara y rosas


Ayer dejamos Kyoto y pasamos la noche en Nara, pero antes de llegar a esta milenaria ciudad, retrocedimos para visitar el famoso castillo de la Garza Blanca o castillo de Himeji-jo, uno de los pocos castillos que se encuentran tal y como fueron concebidos sin que la mano del hormigón le haya hecho mella. Es una construcción declarada patrimonio de la humanidad.
Llegamos a la estación de Himeji con nuestras maletas y, para no tener que ir cargándolas al hombro decidimos utilizar el sistema de consigna de la estación. Es de esos sistemas que todos hemos visto en la peliculas americanas: por entre unos 400 a 600 yenes introduces tu maleta en un armarito metálico, recoges tu llave y hasta la vuelta (solamente decir que si a las 24 horas no has vuelto, adiós maleta).
Salimos de la estación y a lo lejos, alzándose como una garza, está el castillo. Es un conjunto de laberínticas murallas diseñadas para resistir los ataques y, en el centro, una torre del homenaje de cinco pisos de altura construida en piedra y adobe, encalada en blanco (de ahí el nombre). Después de un par de horitas de recorrido, visitamos un bonito jardín realizado con motivo de la recién adquirida municipalidad en 1992 con diferentes tipos de jardines según los que se estilaban en cada una de las nueve épocas históricas diferentes del país.
Ya es mediodia y regresamos a la estación para ir dirección a Nara y antes decidimos llenar nuestros estómagos en el submundo inferior de la estación de tren. Y encontramos un sitio regentado, como no, por abuelitas amables que te invitan a entrar, que sirven un mundo de menús que tienen como base sopa de miso, pescado con soja caramelizada y arroz. Elegimos el más básico y una Kirin (cerveza) para compartir. Ni fu ni fa, pero lo peor el SABLAZO NOS HAN PEGADO, joder con las abuelitas. Pensamos que, a diferencia de las mega estaciones de metro, en cuyo submundo se come bien y barato, en las de tren nooooo.
Llegamos a Nara y localizamos el hotel que habíamos reservado por internet un par de días antes, el Lohas Super Hotel. Tiene todas las comodidades de un hotel occidental, es más barato que un ryokan y, lo mejor, tiene un osen cerrado u ofuro de agua termal. El hotel lo llama "hot spring water".

Aprovechamos la tarde para dar un paseo por la ciudad y realizar alguna compra, la visita a los lugares de interés la dejamos para el día siguiente. Cenamos en un local en el que te traen como una barbacoa portátil pequeñita, te la ponen en la mesa y tú mismo te cocinas los alimentos. Pedimos ternera de Kobe (esa a la que le dan cerveza y masajes) que está realmente deliciosa y verduras; el precio, mejor que al mediodía. De vuelta al hotel, un baño en el ofuro de aguas termales, como marca el ritual japonés: hombres y mujeres separados, comenzando por una buena ducha sentados en unos taburetes de cara a un espejo, siguiendo por el relax en las piletas de agua caliente y agua templada (en este caso, tratada con aceite de oliva marca española) y finalizando con una nueva ducha en el taburete y acompañados por los locales dándose tambien un baño. La pena es que no dejen hacer fotos.

P.D. no os habíamos dicho que durante nuestra visita al castillo de Himeji hemos conocido en vivo y en directo a ese que todos reconocéis de las aventuras de humor amarillo "El Chino Kudeiro". Como prueba de ello, la foto que tuvo a bien de hacerse con Ana.

El inodoro


Este post lo dedicaremos a esa tacita en la que todos pasamos algún tiempo al cabo del día "El Inodoro".
Todos o casi todos hemos oído hablar de las exquisiteces niponas en el arte de fabricar este instrumento, pero, hasta que no estás aquí no te das cuenta de lo variado en su tecnología.
Tenemos los clásicos agujeros en el suelo, similares a los turcos, pero algo más sofisticados (alargados y, en general, más limpios); están también las tacitas como las nuestras y a partir de aquí empieza la variedad: con dos tipos de chorro de agua, versión para limpiarse después de hacer uno sus cositas o la versión me pongo cara a la pared y lo utilizo de bidet, con regulación de la temperatura del agua, otros que nada más que te sientas sale una cantidad de agua limpiándolo y cuando te levantas no hace falta que tires de la cadena porque se limpian solos, otros que incluyen la opción a calentar el asiento, con música, otros en los que se levanta y baja la tapa con acercarte y, por último, aquellos en los que, cuando entras, se activa un ruidito y se enciende una luz indicándote dónde debes pasar la mano para tirar de la cadena.

En fin, toda una tecnología para el noble arte de ca.........