sábado, 29 de agosto de 2009

sado island


Sado Island, será nuestro destino de hoy.

Tras un simple café con leche nos dirigimos al puerto para contratar los servicios del "jet-stender", digo del "jet-ferry", en dirección de la isla (70 leuros por cabeza). Nos aposentamos tan ricamente en nuestras butacas, el recorrido durará poco más de una hora: un vuelo rápido a un metro y medio sobre el mar y una velocidad de 80-90 km/h.

Llegamos al puerto de Sado y localizamos la oficina de turismo. En unos minutos disponemos de alojamiento y al poco de un coche de alquiler gracias al buen saber hacer de las profesionales de la oficina.

Dejamos las maletas en el hotel y a explorar la isla con nuestro cochecito: un Toyota mediano, con cambio automático de los de hace un siglo, vamos, que creo que no se fían de los gaijin (extranjero en japanish).

Recorremos la isla, de una belleza increíble, con unos paisajes verdes casi selváticos. Visitamos lo que fue la villa del señor del oro de la isla (el dueño de las minas de oro y plata que soportaron durante varios siglos y hasta la segunda guerra mundial los gastos del imperio); visitamos también un pueblecito cuyas casas están hechas de la madera de los barcos naufragados y una zona de rocas escarpadas en la costa. Intentamos comer en una zona que, según la guía debería estar infectada de turistas locales, pero lo cierto es que ni turistas ni restaurantes y la gente que encontramos, muy amable pero ni idea de inglés y, por supuesto, menos de castellano.


Localizamos un sitio de ramen. Menos mal, de tipo self service; pero, al llegar al mostrador donde está el ramen, una alegre y dicharachera camarera nos indica en unas fotos lo que debemos seleccionar y aquí se lía todo. Después de varios intentos de comunicación insatisfactoria con nuestra interlocutora y sintiéndonos otra vez marcianos en un planeta extraño, dejamos que ella decida la parte final de nuestro menú.


Volvemos al puerto principal para devolver el coche. Son las 6pm y se acaba nuestro alquiler de 9 horas a precio de fin de semana. Ahora nos espera un alegre paseo hasta nuestro hotelito de costa. A mitad de recorrido tomamos un café en un local que parece entre el comedor de una casa y un antiguo pub español de los años 60. Aquí es más económico tomarse una birra que un cafe... y además esta más rica.

El hotel jajajaja es de tipo japonés y seguramente conoció tiempos mejores:-( Hoy es un establecimiento familiar con la recepción llena de trastos y la oficina parece un caos. La habitación de tatamis es espaciosa y no tiene ducha. La opción para quitarnos el olor a chutún es utilizar el onsen. En este lugar se trata de un hot spring natural rico en hierro y, al igual que todo el hotel, algo abandonado, pero limpio. Como no queda otra, hay que utilizarlo, los chicos por un lado y las chicas por otro, como siempre, claro.

Durante el rato de baño Juanjo entabla conversación con algún lugareño que, cómo no, se piensan que somos rusos. ¿Será por las proximidades a este país? Como es habitual les parece curioso el nombre de Juanjo y los conocimientos a nuestro país no son sobre el fútbol, sino sobre los toros y las olimpiadas de Barcelona 92.

Por su parte, Ana también entabla relación en el baño de las chicas: aquí coincide con la recepcionista del hotelito y una madre con su hijo (podría ser la mujer del que aparentemente regenta el lugar). El niño, aparentemente extrañado por la presencia de un ser ¿diferente?, ¿un marciano? no quiere entrar en el onsen ni patrás. A pesar de las insistencias de la madre y la recepcionista, a pesar de que Ana se muestra la mar de sociable preguntándole su nombre y los años... Al final parece que Ana no es tan bicho raro y los cuatro comparten el baño. Pero ya es demasiado tarde, Ana se está derritiendo dentro de los más de 40 grados del agua y... hasta la vista, turista. Se quedan los tres jugando distendidamente en el agua: ellos están más que acostumbrados a estas temperaturas.

Limpitos y con el monaguillo vacío, preguntamos a la recpcionista (que parecía haber encogido tras el baño, jajaja) algún lugar para cenar. Pero, ¡¡oohhh!!, nos comunica que para cenar la única opción que tenemos es un súper, que no cierra en toda la noche y está a unos 15 minutos caminado por una carretera oscura... Menos mal que en la "loly" (Lonely Planet) decía que en verano Sado es una isla super turística, y qe la zona donde nos alojamos esta llena de loclales... ¡Serán rejodíos estos de la "loly", si no hay ni un alma!! Esto parece un pueblo fantasma. Compramos unas birras locales, patatas con sabor a algas, unos sanwichs y cenita casera en sobre el tatami de la habitación.

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