martes, 25 de agosto de 2009

Kamakura el gran buda

Son las 4 am y suena el despertador... ¡¡pero si parece que vayamos al curro!! El motivo de tal hazaña no es otro de intentar estar a una hora temprana en la lonja de pescado más grande del mundo, el mercado de Tsukiji, y ver cómo se reparten el bacalao, digo el atún y otras múltiples y variadas viandas del mar.













Para nuestros ojos todo parece un auténtico caos, con pequeños y extraños transportadores moviendo el pescado, el marisco y los gigantescos atunes de un lado a otro.

En otro sitios ves cómo los despiezan y se los reparten. Es inmenso.

Aquí se prepara el que dicen es el mejor y más fresco shusi del mundo; pero no es hora para su degustación, por lo menos no para nosotros.

Finalizamos la visita a este mercado y nos dirigimos a la segunda estrella del día: el majestuoso buda de Kamakura. Como es temprano y los turis locales siguen durmiendo esperamos encontrarlo casi sin gente. Y acertamos. Por aquí se dice: "a quien madruga, buda le ayuda". Está casi desierto, esperándonos sólo para nostros. Es un gran buda hecho en bronce en la ladera de una montaña en un pueblecito costero, es enorme y, según la guía explica, se encontraba dentro de un edificio, pero una gran ola de un tsunami se lo llevó dejando en pie únicamente al gran buda, el segundo más grande desués del de Nara (que ya conocemos, of course).

Otra visita que nos sorprendió muy gratamente fue la de la estatua de la Kannon de once cabezas: una enorme representación budista de una figura que se diría femenina (asimilada a la virgen de la religión católica): la escultura de madera más grande de Japón (9,18 metros de altura), según dice la guía. Pues aquí llegamos solos, solos, solos... qué paz y en esto que comienza a escucharse la oración cantanda de dos monjes que están sentados a los pies de la Kannon: una experiencia cuasi-mística.

Kamakura está llena de templos y durante algún tiempo pugnó por la capitalidad con Kyoto. Fue una villa de samurais y así lo reflejan sus templos, mucho más austeros y minimalistas que los que conocemos de Kyoto o Nara.


Como conclusión y, claro está, según nuestra experiencia, si hay que elegir entre Nikko y Kamakura, nos quedamos con Kamakura.

De vuelta a Tokyo, paso por el hotel para darnos una duchita y nos dirigimos a Harajuku, un barrio lleno de tiendecitas para gente joven, con un parque lleno de góticos y lolitas. No sabemos si es por el día o por la hora, pero no vemos a muchos/as por la zona. Lo que sí vemos es a mucha niña y niño de shopping total. Resulta divertido.


Retornamos a nuestro barrio (Hatagaya), a un garito al que le hemos echado el ojo para cenar y resulta ser que su cocina está especializada en platos de Okinawa (ya sabéis: "dar cera pulir cera dani san"): un refrescante cambio para nuestro paladar y, además, bien de precio (Jose, nos pasamos de la media).

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