martes, 22 de septiembre de 2009

Impresiones 2





Nos vemos obligados a incluir un último post, porque, ya incorporados a la rutina, hemos tenido una de las mayores alegrías del viaje.

Antes de nada, diremos que los causantes de dicha alegría han sido el equipo de la recepción del Hotel SUN ROUTE NEW SAPPORO (Sapporo, http://www.sunroutehotel.jp/newsapporo/ ) y los dependientes de la tienda de recuerdos adyacente.

Os preguntaréis... ¿qué pasó? ¿pues no se había acabado ya este estupendo viaje?

Pues sí, ya había acabado, pero habíamos vuelto de regreso sin la compañía inestimable de nuestra Lonely Planet, ya que el último día, con el desenfreno de las compras de última hora, se había quedado como su nombre indica, "lonely,lonely" en un mostrador de la última tienda que visitamos.

Una guía de viajes es un libro que cuenta muchas cosas, pero cuando la guía te ha acompañado durante todo el viaje, cuando gracias a ella has pateado y conocido un montón de sitios, has localizado rincones especiales e, incluso, te has perdido varias veces, cuando la guía esconde entre sus páginas recuerdos, tarjetas, posavasos, bolsitas de papel para guardar los palillos de un montón de restaurantes, entonces la guía es otra cosa, es algo muy especial que no puede ser sustituido por otra nueva guía. ¿Comprendéis lo que queremos decir?

El susto, pues, tras nuestra última cena homenaje, copiosa y deseada, fue mayúsculo cuando, al levantarnos y recoger las bolsas, nos dimos cuenta de que nos faltaba la susodicha. Vuelta corre-que-te-corre a la tienda en cuestión, pero... ya estaba cerrada (¡ah!, ¡estos horarios japoneses!). Así que nos dirigimos al hotel de al lado, pensando que la tienda podría pertenecer a él, y le contamos al recepcionista nuestra desgracia.

Este hombrecillo tan amable y predispuesto, que nunca olvidaremos, nos dijo que la tienda no pertenecía al hotel pero que, puesto que nosotros volvíamos de regreso al día siguiente con la fresca matinal, que él se encargaría de decirle a la dependienta que buscara la guía y que, si ésta aparecía, que no nos preocupáramos, que nos la enviarían por correo.

Nos quedamos alucinados por la propuesta, planteada de forma tan rápida y segura. Así que le dejamos anotada nuestra dirección y volvimos cabizbajos al hotel, con una tarjeta en la que teníamos anotado el número de teléfono del hotel y de la tienda... nos faltaba algo imporante, nos faltaba la guía del viaje.

La cosa se puso más fea cuando, ya en el aeropuerto de Tokio, gastamos los últimos yenes en llamar por teléfono a la tienda para preguntar si sabían algo de la preciada guía. La respuesta fue negativa. No había aparecido, no estaba en donde habíamos indicado, no había remedio...

Un hilillo de esperanza quedaba en el fondo de nuestras mentes: "Seguiremos buscando y, si aparece, se la enviaremos", había dicho el dependiente a una simpática japonesa que pasaba por allí y actuó de intérprete teléfonico (otra mujer anónima a la que estamos agradecidos).

El final ya os lo imagináis: a los 10 días de nuestra llegada, ¡¡¡Sorpresa!!! El cartero llegó a casa con una buenísima noticia.

Arigato al Hotel y a las personas que trabajan en la recepción. Si volvemos a Sapporo, allí nos alojaremos.
Arigato al personal de la tienda que siguió buscando en sus estantes donde estaría nuestra lonely llamándonos a gritos.

Arigato gozai mashita

jueves, 3 de septiembre de 2009

Impresiones


Peculiaridades que nos han sorprendido

Todos hemos oído hablar de las particularidades del pueblo nipón pero, y aunque sea un tópico decirlo, la realidad supera la ficción.
Nos ha sorprendido gratamente su eficiencia. Un ejemplo, el desafortunado incidente de la maleta al principio del viaje. Nos dijeron que en 24h se encontraría en la dirección que indicáramos y cuando al día siguiente llegamos al ryokan de Kyoto, ahí estaba.
Nos ha parecido también algo digno de aprender el civismo de las personas: en una ciudad como Tokyo, que es la mayor del mundo por densidad de población y que a veces puede ser irritante por tantas personas como hay, la limpieza de sus calles llega a ser deslumbrante, aunque casi no hay papeleras y tampoco ves grandes equipos de limpieza. Tampoco ves gente tirada borracha en los bancos de la calle y nos ha parecido curioso que los campamentos de los sin-techo están organizados, son casi invisibles, en el interior de los parques, pero no por ello son sucios. Es como si hubieran trasladado su casa al parque, dejando sus zapatos en la entrada de las tiendas y sus ropas tendidas a secar ordenadamente en sus cuerdas (vamos, igualito que los borrachos que inundan las calles de nuestras ciudades dejando regueros de vino, meados y desperdicios).
Sus calles, por lo menos las que nosotros hemos pateado, nos parecen seguras. La gente deja sus maletas en los andenes del tren y se marchan a por un refresco, los tenderos abandonan momentáneamente sus tiendas para ir a buscar lo que les haga falta, la gente se encuentra algo y lo llevan a objetos perdidos o lo deja bien puestecito en algún sitio visible por si su dueño quiere volver a buscarlo.

También nos han parecido curiosos y super pulcros sus toilettes, con todas las variedades que llegan a tener: agujeros, tazas normales, calefactadas, con chorrito, automáticos (hasta que se levanta la tapa cuando entras en el baño)… toda una tecnología al servicio del noble arte de cagar.
Otra cosa que nos ha sorprendido es la eficacia de sus transportes de viajeros: desde que te marcan casi con exactitud milimétrica dónde se abrirá la puerta del vagón, la cantidad de gente que sus trenes pueden llevar y la frecuencia de paso.
En cambio, como cuestiones negativas, hemos de decir que no nos ha parecido bien que, en zonas supuestamente turísticas del norte de país el transporte local, sobre todo los autobuses, tenga un horario muy limitado (en algunos sitios a las 17 horas ya no había autobuses) lo cual da muy poco margen de movimiento para conocer los lugares.
Tampoco nos ha gustado que la mayor parte de las oficinas de turismo cierren como muy tarde a las 17:30h. ni, en algunos casos, la sequedad de su personal.
Por último, agradecer a las “vending machines” toda su colaboración y apoyo en nuestras rutas y caminatas por tierras niponas, porque han estado siempre allí, dispuestas a calmar nuestra sed siempre que lo hemos necesitado. Nuestro más sincero agradecimiento, queridas “vending machines”.

Arigato gozaimas a todos los que nos habéis leído y aguantado y a todos los que desde la otra parte del globo nos habéis animado a seguir escribiendo este humilde blog.

Sayonara, amigos.

martes, 1 de septiembre de 2009

Vuelta a casa


Good bye Japan

Ahora sí es nuestro último día, nuestras últimas horas en esta tierra de tradiciones, otakus, freeaks, tecnología, fuego y agua, la tierra del dragón.
Son la 5am, suena el despertador, las maletas preparadas el día anterior, una ducha rápida y en marcha hacia la estación del tren que nos llevará al aeropuerto. Vemos por última vez cómo despierta en su día a día este pueblo.
Llegamos al New Chitose Airport de Sapporo y en menos de cuatro minutos nos plantamos frente del mostrador nº 24 de la JAL (menos mal que el día anterior habíamos estudiado la ruta de salida), revisión de maletas y recogida de billetes, de los tres billetes. Le comentamos a la agradable señorita que si por favor nos podría dar la primera fila de la clase que nos toca, "la económica", cuando ella nos dice con una sonrisa esas palabras que nadie quiere escuchar: "overbooking". Nuestros rostros sufren una transformación hacia el blanco pálido extremo, cuando acto seguido nos dice, “tranquilos, os he puesto en una clase superior”, la sangre vuelve a fluir y nuestras mejillas retornan a su color habitual.
Paso del control del primer vuelo sin problemas. Como es un vuelo doméstico a Tokio nos damos cuenta de que permiten pasar bebidas a la zona de embarque, pero primero las botellas son introducidas por el personal de seguridad en una máquina que suponemos analiza su contenido averiguando lo que es (podrían aprender los demás).
Llegamos al aeropuerto de Narita, en Tokio, y hacemos la siguiente cola de control para acceder a la zona internacional. Cuando pasamos nuestro equipaje de mano por el escáner nos lo paran y después de varios pases, de abrir el equipaje y demás, localizamos una pequeña espada samurai que se nos ha colado con el resto de compras y regalos: caras de póquer y tierra trágame. Amablemente nos la requisan y seguimos nuestro camino; eso sí, después de que el policía de turno mire y remire, consulte y compruebe el pasaporte de Juanjo (será que soy el malhechor más buscado al oeste igualadino…).
Las 12h30min de vuelo que nos esperan se hacen muy llevaderas gracias a que en esta clase superior se va como en la gloria, pudiendo estirar las piernas, a un mejor menú (por fin un vinito) y a todas las tecnologías complementarias y amenizadoras (juegos, vídeo y música a la carta).
Llegamos a Amsterdan a la hora prevista y en un par de horas cambio de avión… y tanto que cambio: pasamos de ir en un ferrari a ir en un seiscientos… ¡qué le haremos!
Llegamos a las 22:00 hora local, recogemos las maletas (sin problemas esta vez), metro y para casa.
Se acabó.

domingo, 30 de agosto de 2009

sapporo




Sapporo, nuestro último día.

Esta es una ciudad grande, llena de vida... Parecía que echábamos en falta el bullicio, la gente, el tráfico, los semáforos y sus soniditos, los neones, las bicicletas que hay que sortear... Visitamos el museo de la cerveza como primera y más importante visita del lugar. La cerveza Sapporo es la primera del país y la degustamos en sus diferentes variedades. Está muy buena, la visita merece la pena.


Comemos el que se denomina el mejor ramen del país en una callecita pequeña llena de pequeños lugares que sólo se dedican al ramen.

Por la tarde, visitamos un mercado de pescado, paseamos por la ciudad, compras de última hora, más paseos y por la noche nos dirigimos al barrio donde se agrupan más de 6000 bares y restaurantes. Cenamos opíparamente (que para eso es la última cena en Japón) y a dormir. Mañana, vuelta a las 8 am.

Lago Toya

Estamos en la zona volcánica por excelencia de la isla, es el lago Toya, dentro del Parque Nacional Shikotsu-Toya.

Como últimamente estamos haciendo, y ya que las oficinas de turismo suelen estar al lado de las estaciones de tren o bus a las que se llega, vamos a la de aquí, Toya Onsen para pedir información sobre la zona y sobre los alojamientos. A la que hoy nos atiende parece que le falta un herbor y hay que sacarle la informacion con sacacorchos (será el aire del lugar).

Ya tenemos alojamiento (el más baratito de los que había por la zona, en la que los precios se disparan) y caminamos bajo la lluvia hasta el hotel. Nos recibe la que suponemos es la dueña del establecimiento. Este hotel, al igual que otros de los que vemos y las calles que los rodean, parecen haber tenido momentos mejores. Es como si Toya Onsen hubiera disfrutado de una época de esplendor en otros tiempos. Pero ahora la mayor parte de los edificios, lugares públicos, instalaciones de alumbrado, parques, etc. están como abandonados, algo cochambrosos, vetustos. Nuestro hotel es un edificio de 8 plantas de los años 70 con poca luz y con olor a viejo. Como siempre, el chek-in no se puede hacer asta las 3 de la tarde (mira que son raros), le dejamos las maletas para que las guarde y salimos de expedición volcánica bajo la llovizna y el cielo gris.

Nuestra primera parada es un antiguo pueblo ya desaparecido por la erupción del año 2000. Se pueden ver varias de las fumarolas y los restos de lo que fue el pueblo, de sus calles y carreteras, de sus casas, sus coches, tal como quedaron después de la erupción: aquí huele aún más a abandono, pero con motivo. ¡¡¡Menudo susto!!!


Comemos en el pueblo, en un sitio tranquilo con ambiente inglés: pasta al estilo local.


Nos vamos a la falda del volcán para coger un funicular que nos llevará a la cima. Desde la falda las vistas son estremecedoras, lo malo es que se acercan nubes bajas, subimos a la zona de obsevación y, como tememos, la niebla se hace dueña del lugar. Será que, al igual que Mr. Fuji, también aquí los volcanes son tímidos.


Nos vamos de compras por el pueblo, jajajaja, sólo hay una tienda, qué rápido terminamos. Como el día está muy desapacible volvemos al hotel, que ya se puede hacer el check-in.

La habitación nos sorprende: el octavo piso de este hotel, asentado en cuesta, ofrece unas magníficas vistas del lago Toya y, además, dispone de unos detalles japanish style que no habíamos disfrutado antes. Enfin, es muy acogedora.

Una de onsen, que ya nos hemos acostumbrado y aquí son con agua del natural, salida directamente de debajo de las piedras a una temperatura de 42 graditos, y volvemos a la habitación para disfrutar desde ella del espectáculo de fuegos artificiales.

Después, una cenita en lo que parece la casa de una familia. Como no tenemos ganas de sorpresas, pedimos una ensalada, un "scallop" ¿escalope? y cerdo y, tras la ensalada de un tamaño considerablemente superior a lo acostumbrado, llega el escalope... unos berberechos como no habéis visto nunca, enormes, gordotes, cocidos al vapor en licor de sake. Están a medio camino entre los berberechos gigantes y las vieiras (una concha plana y la otra no). Gracias a nuestro pésimo inglés, hemos acertado 100%, rico, rico, rico.

Al salir nos preguntan de dónde somos y, al decirles de España, la mujer que regenta el lugar se pone muy contenta, la hija nos dice que somos los primeros españoles que pasan por allí mientras que la madre se mete en la trastienda y al rato sale con un obsequio que nos entrega como algo muy especial. Es una toalla de las que aquí se utilizan para secar el sudor y lo recibimos como lo que es: un regalo muy especial.

Hakodate


Un día en Hakodate.

¿Quién preguntó de que se componía un desayuno japonés? Pues los desayunos de esta cadena de hoteles (la Toyoto-Inn) sólo son estilo japonés. Consiste en sopa de miso, diferentes arroces prensados y envueltos en algas, una pequeña ensalada compuesta de verduras aliñadas con diferentes especias algunas de ellas picantes y, dependiendo de la zona, pesacado seco o algo de carne, té frío, algo que parece zumo y café americano. ¿Qué os parece para empezar el día?

La primera misión al salir de hotel: ir a la oficina de turismo para informarnos los lugares destacados para visitar la ciudad y cómo acceder a ellos. De camino topamos con el mercado, especializado en pescado y marisco. En él los comerciantes enseñan la frescura de su productos, tan frescos que están vivos: centollos, nécoras o cangrejos gigantes, como se quieran llamar, apiñados en grandes peceras, los calamares nadando despreopucados sin saber que alguién se los zampará, grandes vieiras o algo similar, erizos de mar, patas de los direntes bichos, enormes patas... Como aquí la costumbre es comer el pescadito tal y como se pesca, los comerciantes dan pequeñas degustaciones para que compruebes la calidad de su producto. En fin, todo un espectáculo.

Ya en la oficina de turismo, la chica que nos atiende es más parada que el portero de un futbolín, más seca que el desierto del Sáhara, buff, parecía que le debíamos algo y no se lo estábamos pagando. Al fin tenemos nuestra información y empezamos la ruta, aunque, la verdad, tras la impresión de la noche anterior y con el poco espíritu viajero que la seta de la oficina de turismo nos ha transmitido, no estamos muy ilusionados.

La ciudad tiene la forma de un reloj de arena, con una península en un extremo. El sistema de transporte aquí son los tranvías y los autobuses y, como esta península es una montaña, la ciudad le da un aire a San Francisco, por lo de las cuestas y sus tranvías.


Visitamos la antigua zona de almacenes estilo inglés, hoy en día reconvertidos en comercios y restaurantes cucos, nos llama la atención junto una pequeña tienda-factoría de productos de mar, probamos los calamares secos y otras ricas viandas con cuya degustación todo el mundo parece disfrutar y, de paso, cogemos algo de fuerza para afrontar las interminables cuestas donde la colonia extranjera se instaló.


Esta colonia estaba compuesta básicamente de ingleses, americanos, rusos, holandeses y algun francés; de ahí que existan iglesias para las religiones de cada una de las naciones. La más impactante es la rusa ortodoxa; nos es muy grande, pero para poder entrar debes descalzarte como si estubieras en un templo budista o sintoísta, dentro se escucha música sacra y está todo lleno de iconos. Encontramos a una pareja de japoneses que parece aprovechar el momento para trasladarse al más allá de sus propios espíritus.

Seguimos paseando por este barrio extranjero, de repente, la música de un piano y el cántico de unos niños de parbulario saliendo de un gran edificio victoriano de madera nos evocan tiempos pasados. Llegamos al cementerio para extranjeros, al final de una larga cuesta. El paisaje es precioso, en una colina mirando al mar se juntan lápidas de personas influyentes con otras de marineros casi sin nombre, tumbas cristianas, budistas, ortodoxas...

Colina abajo el tranvía nos espera. Es hora de comer y nuestra intención es hacerlo en la zona de los almacenes de estilo inglés. Son las 3 de la tarde cuando llegamos y los restaurantes están cerrados. La cata de cervecita que veníamos pensando hacer en un garito por el que habíamos pasado por la mañana, se viene abajo, así como otro montón de opciones más: todos cerrados.

Otra vez cuesta arriba se encuentra el teleferico que lleva al mirador de la ciudad: bonitas vistas de la ciudad.


Bajamos camino al hotel y paseando damos con una bodeguita de sake para ver a cómo está el tema y el dueño nos vuelve a preguntar si somos rusos... Vamos, será por la pinta a rusos que hacemos, jajajaja.

Al decirle que somos españoles, nos enseña una botella de sherry (¿será por lo de Osborne?) y al ir a mirarla descubrimos que vende Sangre de Toro de Torres por unos 12,13 euros. Después de varios intentos de comnicación con este buen hombre, que nos va indicando los nombres de las diferentes zonas de las que provinen los mil y un tipos de sake, y aburridos de parecer marcianos marchamos por esta desangelada ciudad con la intención de tomar un cafelito para calentar nuestro cuerpecito (que la tarde está un poco de perros).

Seguro que somos marcianos (¿alguién ha leído "Sin noticias de Gurb" de Eduardo Mendoza? pues aquí estamos los dos como Gurb por Japón). Junto a unos grandes almacenes, enfrente de la estación de la Japan Rail, hay una cafetería, entramos y, después de que la camarera nos ofrezca una bonita sonrisa, le decimos "¡expreso! ": La camarera se nos queda con cara de haberle pedido la luna y nos dice que no nos entiende, que elijamos algo de una carta totalmente en japonés. Seguro que somos marcianos. Nos quedamos sin café.

Dejamos las trastos en el hotel y salimos a cenar a un sitio que al que habíamos echado el ojo la noche anterior (pero que, como ya se ha comentado, siguiendo la tónica de la ciudad a esas horas, estaba chapado), lleno de peceras con ricas viandas del mar. Pedimos un surtido de sashimi por unos 10 euros, unos calamares a trocitos en salsa de algo, una tempura del mar... nos ponemos como el kiko.

sábado, 29 de agosto de 2009

ferry, tren, tren, tren con tunel.


Poco que decir de este día cansado. Después de la experiencia agridulce de la isla de Sado, ponemos rumbo a lo que serán nuestros últimos días en la isla de Hokkaido, la segunda isla en extensión de Japón, pero bastante deshabitada con respecto a su hermana mayor Honsu.


La ciudad elegida para comenzar es Hakodate. Es una de las tres ciudades que fueron seleccionadas para ser abiertas a los extranjeros en el año 1854 y allí se instaló una pequeña comunidad de ellos, por lo que se construyeron edificios civiles siguiendo los patrones del estilo occidental de la época y templos de diversas religiones.

El problema es que para llegar a Hakodate invertiremos todo el día: primero un ferry y esta vez nada de lujos, un barco normal y en segunda, como el Leonardo di Caprio en Titanic, tirados en un suelo disponible para los viajeros de esta categoría. La travesía dura dos horas hasta el puerto de Niigata. En la estación de tren, todo controlado: un Shinkasen hasta una ciudad cercana a Tokio (es decir, vuelta al sur de Honsu) para después hacer un cambio a otro Shinkasen y, rumbo al norte por la parte oriental de la isla, llegada Hachinohe. Son como unas 7h40m. Aquí, cambio al tren que nos llevará por el túnel submarino hasta nuestro destino. Este es un túnel que discurre durante 23,30km a una profundidad máxima de 140m por debajo del agua y además 100m por debajo de la tierra. Lo cierto es que ni te enteras de que vas a esas profundidades.


Total, salimos de Sado a las 9am de la mañana y llegamos a Hakodate a las 9.54pm. El hotel es un estándar de la cadena Toyoko. Al registrarnos nos agasajan con diferentes regalos, pero lo que nunca me habían dado son unos calcetines: unos negros de chico y otros pequeños de chica.

Ducha y a buscar algo para cenar y a estirar algo las piernas. Nuestra primera impresión de esta ciudad es que está desangelada, ni un alma en las calles, que son excesivamente anchas y poco iluminadas para lo acostumbrado: ¿será que son las 24 h. o que así son las cosas por aquí?

Después de varios intentos frustados de encontrar algún sitio para cenar, localizamos uno que parece tener una decoración como si estuvieras en un establo y su carta totalmente en japonés. Definitivamente, esta isla sí es diferente.